Los genitales no hacen al hombre

 

Fuente: Indie Emergente

Hace un par de semanas, Javier Raya, escritor radicado en Ciudad de México, escribió un texto titulado «Por qué no soy feminista» en donde señala sus razones para que los hombres no nos trepemos (y beneficiemos) en el discurso feminista y además situarnos en un lugar propio dentro, o mejor dicho, paralelo a la lucha feminista. Pero no recurre solamente a una descripción sin fundamento sino que se apoya en un marco histórico que da cuenta justamente de cómo la historia ha sido de los hombres (hablando de género, no en su equiparación a “humanidad”).

Coincido en todo lo que dice, al final de cuentas mi experiencia ha sido la misma que él en tanto que somos hombres cis-hetero, es decir, que nacimos con órganos sexuales de hombre y nos identificamos como hombres, y hemos gozado toda la vida de privilegios que se nos han dado por el simple hecho de ser hombres cis-hetero. Sin embargo, considero que que al texto de Rayas le hace falta mayor fineza en cuanto a la complejidad que supone ser hombre frente al escenario de violencia machista, si bien hace una breve mención de su condición como hombre cis-hetero. Me gustaría parafrasear algunas ideas que expone Raya en el marco histórico que traza para luego ampliar mi explicación de por qué considero que le falta fineza.

Javier Raya menciona al pacto patriarcal como una puesta en común acuerdo entre todos los hombres para la protección de los mismos hombres y el mantenimiento de sus privilegios. El ejemplo que pone es el de una mujer que denuncia haber sufrido acoso o violencia por parte de un hombre y otros hombres cuestionan tal denuncia, la hacen menos, responsabilizan a la víctima, salvaguardando el “honor” del hombre denunciado porque el pacto patriarcal señala que también el “honor” de todos los hombres quedaría expuesto. De ahí que el papel que han interpretado los hombres en la lucha de las mujeres por los derechos civiles, reproductivos, laborales, entre otros, le parezca sospechoso por haber un conflicto de intereses entre gozar de los privilegios y apoyar una lucha que, aunque sea para dotar de los mismos privilegios a las mujeres, es tachada por muchos hombres cis-hetero de que es para quitarles sus derechos, hacerlos menos.

Lo anterior es algo que pasa y no podemos negarlo. Yo tengo ideas similares en cuanto a cuestionar qué hacemos los hombres en la lucha feminista. Pongo un ejemplo: me parece fuera de lugar que un hombre cis-hetero marche al lado de las mujeres en el marco del 8 de marzo; en lugar de ello considero que ese hombre hipotético (aunque ha pasado en la vida real) debería realizar otras tareas de bajo perfil (frecuentemente asignadas a mujeres) para que las compañeras puedan tomar el espacio público y la palabra (Raya también señala que el poseer la palabra es poseer el ejercicio político).

Bien señala en su texto que «para que un hombre pudiera ser aliado de la lucha feminista, dicho hombre debería tener una causa propia y común con otros hombres; una causa, por lo menos, de la misma ambición y audacia que la feminista, a saber, la lucha activa por la construcción de dicha sociedad igualitaria, en donde el género asignado al nacer, tanto por la biología como por la sociedad, no impidiera el goce de derechos ni el asumir las consecuencias derivadas de sus actos, en provecho o detrimento del individuo. Pero los hombres no tenemos tal causa, por el simple hecho de que nuestra supervivencia no está en entredicho, al menos no de la misma forma que la de las mujeres, gracias al pacto patriarcal». Una vez más, no puedo más que estar de acuerdo con lo que dice Javier, pero con lo que no estoy de acuerdo es con lo que no dice.

Aquí es donde vuelvo al por qué considero que le falta mayor fineza en cuanto a discutir la experiencia de ser hombre frente al escenario de violencia machista que se vive día a día, en todos los estratos sociales que podamos imaginar (con sus obvias particularidades). Porque aunque aclara (solo una vez, de manera breve) que habla desde su condición de hombre cis-hetero, algo que agregaría mayor profundidad es integrar la discusión de dicho fenómeno a partir de otras masculinidades, no solo la masculinidad conocida de manera tradicional. Y me atrevo a decir que él no se encuentra en ésta última, por lo que podría entrarle en su texto a tal discusión que señalo.

Para ilustrar cómo es que se puede desarrollar esta discusión doy un par de ejemplos. Uno lo encarna John Stuart Mill, el filósofo y político utilitarista inglés que vivió durante el siglo XIX, que es respetado por el feminismo a raíz de su obra «La sujeción de la mujer» y su trabajo como diputado en la Cámara de los Comunes, donde impulsó iniciativas de ley que aunque no fueron aprobadas pusieron en la discusión pública asuntos que posteriormente beneficiaron a las sufragistas. Además, él y  Harriet Taylor publicaron «Los ensayos sobre el matrimonio y el divorcio» donde discuten sobre nuevas formas de entender y vivir las relaciones de pareja desde una perspectiva de la equidad entre iguales. Al respecto Nuria Varela publicó en su blog ya hace unos años. El otro ejemplo es el cómo ha sido la relación de los hombres gay con la lucha feminista, la cual difiere mucho de la que puede haber con los hombres heterosexuales, de principio porque no partimos de la misma base ni entre quienes somos del mismo género. Muchos de los llamados “maricas” o “jotos”, y que han abrazado la palabra que antes fuera mera ofensa, los no-hombres, los señalados como niña o mujer, no se identifican con el llamado pacto patriarcal y aun así son asimilados como hombres con base en su genitalidad. Vaya conflicto que puede llegar a ser eso, ya que no son socializados precisamente como hombres, se les excluye del privilegio, y de ahí que “la lucha marica es una profundamente adscrita a la lucha feminista” y Asier Santamarica abunda en ello.

Si bien es sumamente importante y necesario que haya espacios exclusivos de mujeres, hombres cis-hetero, hombres homosexuales, indígenas personas trans, indigentes, migrantes, etc., donde se discuta qué se está haciendo para erradicar la violencia machista, considero que la discusión es más fructífera a partir de la integración de la diversidad, y otredad, que existe. Con ella convivimos a diario.

Y aunque es cierto que el famoso #NotAllMen ha servido para curar en salud a muchos hombres y hasta para desviar el foco de la discusión, habría que reconocer que es verdad que no todos los hombres están adscritos al pacto patriarcal; no lo digo por mí, sino porque los hay. Serán pocos, pero los hay.

Texto por Jesús Alejandro Tello Cháirez – jesustello@delibera.org